Los caminos de la fama son
inescrutables. John Kiel, vecino de Patterson, en Luisiana, no
imaginaba que su nombre ocuparía páginas en diarios de los que nunca
había oído hablar, hasta que un día decidió denunciar al fabricante
de su reproductor de mp3. Según Kiel, que sufre una importante
pérdida de oído, el aparato, que puede alcanzar picos de sonido de
hasta 115 decibelios, podría ser el causante de su sordera. No está
seguro de ello, tampoco aporta pruebas, pero sus abogados se aferran
al hecho de que en las instrucciones del iPod no se alerta de que su
uso continuado, a todo volumen, pudiera lesionarle.
Se trata
de un recurso utilizado por los juristas de forma habitual en los
Estados Unidos. Gracias a él, las más inverosímiles reclamaciones
han conseguido indemnizaciones millonarias. De hecho, en 1992 se
instauraron los 'Premios Stella' a la demanda más absurda, una vía
de escape del anonimato para personas que se han enfrentado a las
grandes corporaciones y han conseguido dinero por ello. Stella
Liebeck, quien da nombre al galardón, denunció a McDonald's porque
mientras conducía llevando entre las rodillas un café que acababa de
comprar en la hamburguesería, éste se le derramó y se quemó. Un
jurado la indemnizó con 2,3 millones de euros y ahora las tazas
llevan la leyenda: «¿Cuidado! Contiene una bebida caliente y podría
quemarse». La multinacional recurrió y logró que se redujera la
compensación, pero Stella ya era famosa.
La denuncia de Kiel,
además de darle a conocer, pone de actualidad un problema sobre el
que audiólogos y otorrinolaringólogos hacen hincapié desde hace
tiempo: el uso abusivo de los aparatos de música, en especial los
que utilizan auriculares, puede tener relación con la sordera
prematura. Dos estudios, uno realizado por la fundación británica
Investigación de la Sordera y otro de la Asociación Americana de
Audiología, han puesto de manifiesto que la mitad de los alumnos de
secundaria presentan algún trastorno auditivo (la mayoría, de
trascendencia menor) y que los jóvenes británicos corren el riesgo
de quedarse sordos 30 años antes de lo que lo harían sus padres. Lo
relacionan con el auge de los reproductores de mp3, y en especial el
iPod, un auténtico fenómeno mediático. Los fans de la compañía Apple
se apresuraron a devaluar estos estudios. «Pretenden recibir parte
de la atención que consigue el producto», protestan.
Una vieja
canción
«No hay ninguna diferencia entre los nuevos
aparatos, el iPod o cualquier otro, y los antiguos walkman y
discman, salvo que las baterias duran más», zanja el
otorrinolaringólogo Vicente Piñeiro, miembro de la Academia de
Ciencias Médicas de Bilbao. Sí es cierto que los avances
tecnológicos permiten utilizar los equipos durante más tiempo y, al
almacenar más canciones, evitan que se apaguen voluntariamente por
aburrimiento, lo que da pie al abuso. «El exceso nunca es bueno. Si
alguien bebe 20 litros de agua, tendríamos que ingresarle porque se
puede morir», razona el doctor, mientras puntualiza que el uso
responsable no conlleva ningún riesgo. Recomienda, no obstante,
evitar los auriculares cuando sea posible, y, caso de usarlos,
elegir unos que taponen el conducto auditivo para aislar otros
ruidos y poder mantener bajo el volumen.
El cerebro sólo
procesa la información de la fuente de sonido predominante. Así, en
una calle donde el ruido ambiental es de 70 decibelios, si no se
bloquea su entrada en el oído, la música deberá estar más alta y
sólo se percibirá la diferencia: una canción a 130 decibelios
produciría la sensación de oírse a 60, lo que acarrea un riego
evidente de lesión. «Los sonidos no se suman, pero sólo
identificamos el más alto. Salvo las madres, que, no se sabe por
qué, captan el llanto de un bebé aunque sea más débil».
El
oído humano empieza a sufrir a partir de los 80 decibelios, el nivel
en el que se tiende a bajar la música, y hasta los 120 hay un umbral
de seguridad. «Es molesto y las células del oído se sobrecargan,
pero los efectos nocivos son reversibles siempre que se las deja
descansar», dice el especialista. Las complicaciones llegan cuando
alguien se empeña en pasar todo el día con el aparato a tope. «Los
neurotransmisores que llevan el sonido desde las células ciliadas
del oído hasta el cerebro se van gastando».
Se trata de la
misma exposición a la que están sometidos algunos trabajadores y por
las que la normativa de salud laboral obliga a ponerse tapones y
cascos. «Un descanso de ocho horas por cada cinco de esfuerzo
consigue recuperarlas, aunque es recomendable hacer varias pausas a
lo largo del día. Dos horas de música y tres de descanso, por
ejemplo. En una discoteca se llega a 120 decibelios, punto a partir
del cual pueden producirse lesiones permanentes, por lo que hay que
tener cuidado. Cuando las células ciliadas dejan de funcionar,
aparece un molesto pitido», dice Piñeiro.
Además, la
exposición continuada a un ruido -«da lo mismo que sea música
clásica que heavy metal»- produce dolor de cabeza, alteraciones en
el sueño e irritabilidad. Son los efectos del exceso de energía que
llega a los filamentos de las células receptoras situadas en el
oído, y no de un reproductor musical en concreto. «Lo que provoca el
daño es poner la fuente de sonido pegada al tímpano, subirla a 100
decibelios y no descansar. Si la utilizas con cabeza, no tienes por
qué tener ningún problema». La advertencia no evitará nuevas
demandas en los tribunales para culpar a los fabricantes de aparatos
de su uso inadecuado. ¿Acaso no hubo quien se querelló contra Dios
porque no era feliz?